Una biblia de Oviedo

20 de diciembre de 2010



Por 
Paolo Cherubini 
Catedrático de Paleografía Latina
de la Escuela Vaticana de 
Paleografía Diplomática



La Biblia de Cava dei Tirreni es un espléndido manuscrito realizado a principios del siglo noveno en la ciudad de Oviedo o en su inmediato entorno. Se compone de treinta y seis fascículos de pergamino finamente elaborado y preparado para acoger el texto de la Sagrada Escritura, gracias a un sabio trabajo de paginación que tiene en cuenta la presencia de las prologales tablas eusebianas de los cánones evangélicos y de los libros copiados a tres o más columnas, a veces incluso sobre folios enteramente teñidos de púrpura, azul, índigo y violeta. Hubo de prever igualmente la inserción de algunos staurogramas, es decir, porciones de texto escritos en forma de cruz, en determinados puntos del manuscrito, por ejemplo, entre el libro de Esdras y el de Ester, o antes de los Evangelios, y por último, en lagunas páginas, la Cruz patada de Oviedo y otros motivos ornamentales, como colgantes rodas de los vientos de cuidadísima factura. Copiado en tintas que combinan sobre el marrón del texto el rojo, el verde, el turquesa, el blanco y hasta el oro y la plata para la escritura de elementos paratextuales o para los primeros versículos de cada libro bíblico, el manuscrito es obra de Danila scriptor, quien dejó su propio nombre en letras de oro antes del libro de Ezequiel.

La importancia del manuscrito desde el punto de vista paleográfico, artístico y textual es enorme. La escritura del texto ofrece el ejemplo más antiguo de minúscula visigótica asturiana y se presenta como producto de una escuela evidentemente ya madura en el siglo octavo; la acompañan lateralmente grafías ejecutadas con refinada destreza y que, junto a la mayúscula decorativa, recuperan en su más apreciada forma las dos escrituras “cristianas” por excelencia, la uncial y la semiuncial, a la vez que una minúscula que, habiendo sido típica de los sabios del mundo tardoantiguo, en aquel momento hacía tiempo que había desaparecido en todo el mundo latino a excepción de en esta región de Hispania. Espléndida es también la decoración que acompaña el inicio de cada una de las partes del Antiguo y el Nuevo Testamento y que enmarca los números seriados que diferencian cada fascículo. Ciertamente carece de de figuración humana, pero es, en todo caso, riquísima, por los diseños ornamentales siempre distintos, compuestos con una técnica de haces y motivos geométricos enriquecidos con los símbolos cristianos del pez y el pájaro, así como una serie infinita de conchitas, flores y hojas estilizadas, que se realzan con el uso sabio y generoso de colores de viva tonalidad.

Pero es sobre todo la tradición textual del Cavense la que hace de él un testimonio imprescindible para la reconstrucción de la Vulgata. Podríamos decir, incluso, que si Hispania, con la solicitud dirigida a San Jerónimo por Lucio Bético en el siglo cuarto acompañada por el envío a Palestina de seis copistas, fue una de las primeras regiones del Imperio en disponer de la traducción latina de la Biblia realizada por el monje de Belén, con la copia del Cavense promovida por Alfonso segundo el Casto para celebrar sus éxitos y abrir triunfalmente el Concilio de Oviedo del Ochocientos once, Asturias puso un hito e la conservación de una versión de las Sagradas Escrituras en algunos versículos más limpia y rica que las que por aquellos mismos años se preparaban en el Imperio carolingio bajo la atenta dirección de Alcuino de York. Algunos de los aspectos textuales tan originales del panorama europeo del periodo carolingio se encuentran en un grupo de Biblias mandadas copiar en el mismo lapso temporal por otro gran filólogo del reino franco, el visigodo Teodulfo obispo de Orleans. Contrariamente a cuanto se ha sostenido largo tiempo, no fue Teodulfo en quien se inspiró nuestra Biblia, sino lo contrario: el manuscrito ovetense, o, en su caso, su modelo directo, estuvo con seguridad en la base de la restauración filológica llevada a cabo por el sabio obispo orleanés. Se demuestra ello por el hecho de que solo los más recientes entre los diversos manuscritos bíblicos mandados copiar por él llevan aquellas precisiones textuales comunes a la tradición hispánica representada por el Cavense, y no los más antiguos, evidentemente porque en la fase intermedia Teodulfo tuvo ocasión de ver y admirar nuestro códice y, sobre todo, de estudiar sus variantes.

El manuscrito del que hoy tenemos felizmente la reproducción, apareció a principios del siglo doce en la Italia del Sur. Fue llevado allí con toda probabilidad por el antipapa Mauricio Burdino, en su momento arzobispo de Braga, y que durante un muy breve periodo, bajo el nombre de Gregorio octavo, fue el pontífice del partido imperial, apoyado por Enrique Quinto de Franconia, contra el legítimo pontífice Calixto Segundo. Burdino, pronto abandonado por las tropas alemanas, fue desterrado a la ciudad de Salerno, gobernada entonces por los normandos aliados del papa, y de allí confinado en la cercana abadía cisterciense de la Santísima Trinidad de Cava dei Tirreni, donde el manuscrito se ha conservado hasta hoy. Aquí el códice ha estado casi olvidado durante largo tiempo, aunque su carácter de testimonio fiel y particularísimo de la tradición bíblica atrajese la atención del Cardenal Angelo Mai, Bibliotecario de la Biblioteca Vaticana, quien, entre mil ochocientos veintinueve y mil ochocientos treinta y uno, requirió a los monjes de la abadía que le procurasen una copia para poder estudiarla, copia hoy conservada en la biblioteca de los papas con la signatura Vaticano latino ocho mil cuatrocientos ochenta y cuatro.

En el siglo que hace poco hemos dejado se arriesgaron con la obra maestra de Danila algunos de los más grandes estudiosos de las disciplinas históricas, artísticas, filológicas y de la tradición manuscrita de la Biblia. Por recordar sólo algunos nombres: Samuel Berger, Donatien de Bruyne, Henry Quentin, AlbertoVaccari, José María BOver, Teófilo Ayusi Marazuela y Bonifatius Fischer, por el estudio del texto bíblico; Elias Avery Lowe, por el estudio de la escritura y de la presencia de pequeñas glosas marginales escritas en Italia en la típica escritura de los lombardos de la región, la beneventana; Bernhard Bischoff, por la presencia de las cruces y los estaurogramas; Armando Petrucci y Mario Rotili por los aspectos decorativos y simbólicos. Como se ve, quien les habla, que se ha ocupado de él en algunos ensayos entre mil novecientos noventa y ocho y dos mil cinco, y alimenta el sueño de proporcionar en un día no muy lejano la edición de las cerca de cuatrocientas glosas al texto hasta hoy en su mayoría inéditas, no es sino el último eslabón de una cadena larga y muy noble: estoy seguro de que la publicación facsimilar que hoy presentamos estimulará y dará nuevas fuerzas a su estudio en el futuro.

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