OPINIÓN
Por Luis Mugueta
Periodista No necesariamente lo más interesante suele ser lo más apasionante. Este año, que ha irrumpido como un camión por un laberinto, nos va a dejar una serie de heridas leves, aunque un tanto perennes. Al margen de la habitual e incómoda pelmada de la subida del precio de todo aquello que se mueve y de algún que otro intangible, y la nueva ley del tabaco (tema elegido este año como disuasorio para que no nos enteremos de que nos invaden los extraterrestres), en Asturias hemos contado con la inestimable colaboración del planeta popular para poder ser reincidentes en un análisis crónico. Aunque la política ya no esté de moda, es difícil desentenderse de tantas incógnitas a la vez. En un fresco insólito, más propio del lejano oeste que de Occidente, la nueva crisis del PP asturiano está pasando por todas las fases de la luna con una asombrosa entereza y, al tiempo, una desfachatez de tómbola de pueblo. El enfrentamiento, que ha alcanzado alturas de riada, tiene su origen en la esencia misma de la razón de ser de los políticos. Es decir, todo lo más lejos posible del servicio a los ciudadanos, digamos como siempre que no por norma general. Aquí, en esta refriega o reyerta, pónganle ustedes la intensidad que deseen al calificativo, se habla de militantes y, como mucho, de simpatizantes. No del ciudadano en general, luego parece que tienen autoritas para liarse la manta a la cabeza. Parece como si al tratarse de un asunto interno de partido el concepto del “vale todo”, como en el amor y en la guerra, tuviese patente de corso.
Los insultos a los que se refiere el ex ministro, las difamaciones, quedan desarmadas en pocos segundos: Nietzsche dijo que no comprendía para qué se necesita calumniar. “Si se quiere perjudicar a alguien lo único que hace falta es decir de él alguna verdad”. En esta pelea popular se han dicho de casi todo, pero no todo. Es curioso, cuando no asombroso, llegar a esgrimir la teoría de la conspiración. Se trata (se trataba, más bien), como saben ustedes, de hacerse con el partido en Asturias y, desde aquí, con la aquiescencia perversa de antiguos grandes barones dar un golpe de Estado en Génova que acabe con el sueño de su actual secretario general. Dada la dimensión que ha ido adquiriendo la batalla, a nadie le extraña nada. Por si fuera poco, una encuesta publicada por un diario madrileño, y que parece elaborada a pie de ovni, da alas a todos los contrincantes y convierten la guerra del PP en una derrota socialista. Si se presenta el ex ministro, gana; si no se presenta, gana la concejala. Cascos pidió amparo ante los órganos competentes de su partido al sentirse insultado y calumniado por los oficialistas populares asturianos, liderados por el alcalde de Oviedo. Pero una vez abierta la caja de Pandora, no se ha cortado un pelo, ni él ni quienes le han seguido en el abandono, para arremeter de un modo feroz contra quienes quedan como garantes del PP en la comunidad: “cargos más preocupados en sus puestos bien remunerados que en Asturias”, menciones al tridente inspirador de su caída aún sin ascensión. Etcétera, etcétera en foros más adecuados para funámbulos que para presuntos estadistas.
Sea como fuere, y teniendo en cuenta que todavía no se sabe con certeza hasta dónde llega el órdago, si llega, de Cascos, da la impresión de que es él quien controla los tiempos y el calendario del encaje y de las andanadas, y que la improvisación viene curiosamente del frente oficial. El caso es que el jardín del PP asturiano ya no tiene senderos que se bifurquen. Este más que episodio fraticida para peor gloria del propio partido conservador dibuja un mapa de senderos paralelos, irreconciliables que llevan a una situación que puede herir notablemente sus opciones de cara a las próximas elecciones. Los bruscos cambios d e parecer y las algaradas en los homenajes y en las conferencias pasarán factura. Lo cierto es que los militantes y simpatizantes populares se merecen algo mejor que esta triste cencerrada, en la que los espectadores foráneos no saben a qué carta quedarse o cómo explicar una circunstancia tan abracadabrante. Madrid, Génova, que decidió en Nochevieja como si fuese una broma con matasuegras, no se salva del estropicio. La tarta de la culpa da para todos.
Los insultos a los que se refiere el ex ministro, las difamaciones, quedan desarmadas en pocos segundos: Nietzsche dijo que no comprendía para qué se necesita calumniar. “Si se quiere perjudicar a alguien lo único que hace falta es decir de él alguna verdad”. En esta pelea popular se han dicho de casi todo, pero no todo. Es curioso, cuando no asombroso, llegar a esgrimir la teoría de la conspiración. Se trata (se trataba, más bien), como saben ustedes, de hacerse con el partido en Asturias y, desde aquí, con la aquiescencia perversa de antiguos grandes barones dar un golpe de Estado en Génova que acabe con el sueño de su actual secretario general. Dada la dimensión que ha ido adquiriendo la batalla, a nadie le extraña nada. Por si fuera poco, una encuesta publicada por un diario madrileño, y que parece elaborada a pie de ovni, da alas a todos los contrincantes y convierten la guerra del PP en una derrota socialista. Si se presenta el ex ministro, gana; si no se presenta, gana la concejala. Cascos pidió amparo ante los órganos competentes de su partido al sentirse insultado y calumniado por los oficialistas populares asturianos, liderados por el alcalde de Oviedo. Pero una vez abierta la caja de Pandora, no se ha cortado un pelo, ni él ni quienes le han seguido en el abandono, para arremeter de un modo feroz contra quienes quedan como garantes del PP en la comunidad: “cargos más preocupados en sus puestos bien remunerados que en Asturias”, menciones al tridente inspirador de su caída aún sin ascensión. Etcétera, etcétera en foros más adecuados para funámbulos que para presuntos estadistas.
Sea como fuere, y teniendo en cuenta que todavía no se sabe con certeza hasta dónde llega el órdago, si llega, de Cascos, da la impresión de que es él quien controla los tiempos y el calendario del encaje y de las andanadas, y que la improvisación viene curiosamente del frente oficial. El caso es que el jardín del PP asturiano ya no tiene senderos que se bifurquen. Este más que episodio fraticida para peor gloria del propio partido conservador dibuja un mapa de senderos paralelos, irreconciliables que llevan a una situación que puede herir notablemente sus opciones de cara a las próximas elecciones. Los bruscos cambios d e parecer y las algaradas en los homenajes y en las conferencias pasarán factura. Lo cierto es que los militantes y simpatizantes populares se merecen algo mejor que esta triste cencerrada, en la que los espectadores foráneos no saben a qué carta quedarse o cómo explicar una circunstancia tan abracadabrante. Madrid, Génova, que decidió en Nochevieja como si fuese una broma con matasuegras, no se salva del estropicio. La tarta de la culpa da para todos.
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