Una de piratas

4 de diciembre de 2010

OPINIÓN
Por Luis Mugueta
Perodista

En una de las islas donde nacimos poco después de aprender a leer, anida el arrebato del consuelo. Este bosque en el que habitamos cada día se pone más salvaje por lo que a quienes no nos suele sobrar la valentía nos refugiamos en las lecturas de la juventud, uno de los pocos lugares que quedan sin conquistar por el ruido de los banqueros y, como diría John Lennon, de los collares de las señoras al chocar las perlas.
Más de 20 años después de la caída del Muro se levanta otro paulatinamente, una muralla intangible de deudas y miseria en torno a la cual circulan miles de inocentes entre las garras del buitre y el caimán. De los sospechosos habituales.

Hay quien argumenta que las crisis están hechas a la medida del populismo, una parábola infame de la medida del hombre. De ahí que no extraña ver en los altos cargos a gente improvisadora, de escaso talante y de cortas miras, algo cada día desgraciadamente más corriente. Tener la burguesa capacidad de escapar del mundanal ruido es un privilegio en estos días de rupturas sin solución de continuidad. Las circunstancias más triviales nos han llevado a convertirnos en mercenarios de nosotros mismos, con la aquiescencia de quienes gobiernan, despistados como están en buscar problemas para entretenernos sin que nos demos cuenta.

Van a pensar que retorno al fumador. Dios en una vela y el diablo en la otra nos libren. No es esta extraña manera de empezar una apología del tabaquismo, sino casi todo lo contrario. Parado y fumador, después de la rueda de prensa del portavoz del Gobierno de turno, es un nuevo prototipo social: los famosos 426 euros para el parado sin prestación que alguien prometió a los pseudosindicatos que no se moverían, desaparecen. 

Y en el mismo consejo -“el Gobierno ha decido que mañana llueve”- se regrava el pitillo. Ya saben, si están en el paro no fumen. Y si fuman, procuren no estar en el paro. La ansiedad va por barrios, pero si se fuma teniendo trabajo, díganoslo si no lo tienen. Y ya no hay Celtas, ni sin boquilla ni sin ella. Al margen de la página, incluso de ésta, se podría apuntar o dibujar, como haría el gran Linares, la alegoría breve del humo en blanco y negro. Blanca la cajetilla, negro el tabaco, que ahora vuelve a llamarse labor (para el BOE, claro).

No es sencillo renunciar al pardillismo, dicen las generaciones que empujan que es el mejor estado de ánimo que hay después del amor y la resaca, pero nos están dando demasiadas pistas. El célebre país Estado del Bienestar comienza a rimar sospechosamente con el saber pasar. Sigo pensando que el actual presidente de la cosa es preso del contexto, y que todavía tiene texto. Sin embargo, los datos aproximados de los ruidos de los que hablábamos (banqueros y collares de las señoras) van llevándonos como un mal guía hacia Mordor, aquel famoso país, o continente.

La hostelería y el turismo están en zapato de guerra por el refugio del impuesto tabaquero. El 2 de enero parece el 2 de mayo, de 1808 claro, y al cabo el tema es recurrente: ¿quién se lleva la franquicia de las farolas-estufa?, las bien llamadas berlinesas . En la ciudad de la escoba de plata, ¿quién tirará un cigarrillo al suelo? Si el suelo es un eufemismo del cenicero, la ciudad es un símil del chiste de la hiena: ¿qué hago yo, la hiena, en mitad del desierto de Gobi, sin comer y sin beber, y sin oasis, y riéndome? En el reflejo del espejo, en pleno desierto, había un pirata, como el de las lecturas de la adolescencia, como el de aquí al lado. Era, afortunadamente, un pirata malo, con pata de palo. Pero no encontró el tesoro, que es de lo que se trataba.

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