OPINIÓN
Por Luis Mugueta
Periodista Desde que los reyes alquilaban a los aventureros, e incluso desde mucho antes, viajar es uno de los verbos más apasionantes en el singular diccionario de la condición humana. El viaje es consustancial al hombre, a la sabiduría, al placer del descubrimiento y al de la lectura. Al cabo, viajar es lo que hacemos todos aunque no nos movamos del sitio.
Una de las ensoñaciones infantiles más frecuentes, quizás la segunda después de la de hacerse invisible, es la del traslado inmediato. Estar en Madrid, chiscar los dedos y aparecer, por ejemplo, en Estocolmo. Con el tiempo y la degeneración que provoca el excesivo uso de razón, una de las ansiedades más habituales es la de llegar cuanto antes al destino, y no me refiero a los trepas sino a la geografía, al mapa de carreteras. En la ciudad, la posibilidad de llegar al lugar deseado y hacerlo con el tiempo calculado ha sido desde los tiempos del coche de caballos uno de los retos más interesantes de los buenos burgomaestres. Una aspiración que ha implicado, en los casos más notables y por lo tanto más exitosos, a ingenieros, diseñadores de coches, tranvías y autobuses, urbanistas, sociólogos, todo tipo de empresarios y, por supuesto, usuarios. A estos últimos se les suele implicar a priori si se trata de hacer bien las cosas, o a posteriori si su papel es el de conejillo de indias.
Asturias ha sido siempre, la discusión aún está ahí, un territorio peleado con las comunicaciones, con sus problemas e incluso con sus soluciones. Casi nunca se trazan los caminos a gusto de todos, y en el caso asturiano parece que jamás. Es cierto que la eterna mesa cuadrada de la variante de Pajares y el inabarcable debate sobre la Autovía del Cantábrico han pasado de ser reivindicaciones diarias a desavenencias sobre los calendarios de finalización. Estos dos tótems de la historia reciente de la comunidad están ligados desde hace muchos años a un futuro que para algunos ya es pasado y para otros está a un paso de ser definitivamente viable, en el sentido absoluto de la palabra vía. El caso es que son dos obras que muy a menudo se confunden con dos motivos de contradiós político.
A estas alturas, todavía quien no está libre de pecado anda tirando la primera piedra de la inauguración. El caso es que el kilómetro hace tiempo que ha pasado de ser medida de longitud a ser medida de tiempo, sin dejar nunca de ser medida de cantidad (económica). Un kilómetro en Asturias siempre ha sido más largo y más caro que un kilómetro mesetario. La orografía, la defensa medioambiental del paraíso, los intereses locales y los cambios de gobierno han hecho que cualquier carretera, autovía o autopista asturiana se haya convertido en cuestión mucho más prioritaria de lo que en ocasiones lo es. El AVE o el TAV son dos nuevos elementos subversivos añadidos a esta materia de discusión no académica sobre las prioridades de la región. Aunque no es correcto, ni siquiera legítimo, la realidad esporádica y política de que existen comunidades de primera o de tercera (vía o no) lleva a la confusión de pensar que hay ciudadanos de primera o de tercera. De ahí que, una vez instalados en la desconfianza de los macroescenarios, no sea descabellado el retorno al útero de la ciudad. Y Asturias hoy, para bien o para mal, es una gran ciudad central vertebrada por un territorio irrepetible pero necesitado de una comprensión pragmática, no exclusivamente política. El candidato socialista a la alcaldía de Gijón, Santiago Argüelles, prioriza en su programa, o en el que va a presentar para intentar ser elegido, dos elementos primarios de la vida ciudadana: el metrotrén y la movilidad urbana. Es de ley constatar que son apuestas arriesgadas, pero coherentes con el desarrollo cultural de un núcleo demográfico que forma parte de esa ciudad central que debe constatarse en un nuevo círculo de movilidad más amplio. La intermodalidad y la solidaridad son términos solubles, más aún si parten de la correcta percepción de las necesidades del ciudadano y se alejan de las prisas o los diálogos de besugo habituales.
Conocerse en una línea de autobús es todavía un privilegio en unos días impertinentes para el romanticismo. El tren que nos debe trasladar al lugar de la cita no debería dar lugar a equívocos. Que se reúnan ingenieros, urbanistas, sociólogos, ciudadanos para indicar el camino adecuado a los administradores. El de cercanías es un viaje imprescindible, aunque parezca modesto y de escasa rentabilidad política.
Una de las ensoñaciones infantiles más frecuentes, quizás la segunda después de la de hacerse invisible, es la del traslado inmediato. Estar en Madrid, chiscar los dedos y aparecer, por ejemplo, en Estocolmo. Con el tiempo y la degeneración que provoca el excesivo uso de razón, una de las ansiedades más habituales es la de llegar cuanto antes al destino, y no me refiero a los trepas sino a la geografía, al mapa de carreteras. En la ciudad, la posibilidad de llegar al lugar deseado y hacerlo con el tiempo calculado ha sido desde los tiempos del coche de caballos uno de los retos más interesantes de los buenos burgomaestres. Una aspiración que ha implicado, en los casos más notables y por lo tanto más exitosos, a ingenieros, diseñadores de coches, tranvías y autobuses, urbanistas, sociólogos, todo tipo de empresarios y, por supuesto, usuarios. A estos últimos se les suele implicar a priori si se trata de hacer bien las cosas, o a posteriori si su papel es el de conejillo de indias.
Asturias ha sido siempre, la discusión aún está ahí, un territorio peleado con las comunicaciones, con sus problemas e incluso con sus soluciones. Casi nunca se trazan los caminos a gusto de todos, y en el caso asturiano parece que jamás. Es cierto que la eterna mesa cuadrada de la variante de Pajares y el inabarcable debate sobre la Autovía del Cantábrico han pasado de ser reivindicaciones diarias a desavenencias sobre los calendarios de finalización. Estos dos tótems de la historia reciente de la comunidad están ligados desde hace muchos años a un futuro que para algunos ya es pasado y para otros está a un paso de ser definitivamente viable, en el sentido absoluto de la palabra vía. El caso es que son dos obras que muy a menudo se confunden con dos motivos de contradiós político.
A estas alturas, todavía quien no está libre de pecado anda tirando la primera piedra de la inauguración. El caso es que el kilómetro hace tiempo que ha pasado de ser medida de longitud a ser medida de tiempo, sin dejar nunca de ser medida de cantidad (económica). Un kilómetro en Asturias siempre ha sido más largo y más caro que un kilómetro mesetario. La orografía, la defensa medioambiental del paraíso, los intereses locales y los cambios de gobierno han hecho que cualquier carretera, autovía o autopista asturiana se haya convertido en cuestión mucho más prioritaria de lo que en ocasiones lo es. El AVE o el TAV son dos nuevos elementos subversivos añadidos a esta materia de discusión no académica sobre las prioridades de la región. Aunque no es correcto, ni siquiera legítimo, la realidad esporádica y política de que existen comunidades de primera o de tercera (vía o no) lleva a la confusión de pensar que hay ciudadanos de primera o de tercera. De ahí que, una vez instalados en la desconfianza de los macroescenarios, no sea descabellado el retorno al útero de la ciudad. Y Asturias hoy, para bien o para mal, es una gran ciudad central vertebrada por un territorio irrepetible pero necesitado de una comprensión pragmática, no exclusivamente política. El candidato socialista a la alcaldía de Gijón, Santiago Argüelles, prioriza en su programa, o en el que va a presentar para intentar ser elegido, dos elementos primarios de la vida ciudadana: el metrotrén y la movilidad urbana. Es de ley constatar que son apuestas arriesgadas, pero coherentes con el desarrollo cultural de un núcleo demográfico que forma parte de esa ciudad central que debe constatarse en un nuevo círculo de movilidad más amplio. La intermodalidad y la solidaridad son términos solubles, más aún si parten de la correcta percepción de las necesidades del ciudadano y se alejan de las prisas o los diálogos de besugo habituales.
Conocerse en una línea de autobús es todavía un privilegio en unos días impertinentes para el romanticismo. El tren que nos debe trasladar al lugar de la cita no debería dar lugar a equívocos. Que se reúnan ingenieros, urbanistas, sociólogos, ciudadanos para indicar el camino adecuado a los administradores. El de cercanías es un viaje imprescindible, aunque parezca modesto y de escasa rentabilidad política.
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