Los tres mosqueteros

8 de diciembre de 2010

OPINIÓN
Por  Nicolás Fernández Suárez del Otero
Escritor 


(A MANOLO PUERTA*)




Hola “Culopollo”: Me propuse escribirte esta carta varias docenas de veces. Imposible, compadre. Se me desboca el caballo y no soy capaz de sujetarlo. Galopa a su aire por los recuerdos, las nostalgias, los afectos y las añoranzas. Se pone de manos, relincha y cabriolea. Pero de hoy no pasa. Como siempre has sido indulgente conmigo, una vez más cuento de antemano con tu benevolencia. No me cabe duda alguna de que voy a salir trompicado de este trance, porque -bien lo sabes- soy quebradizo. Probablemente el texto salga manga por hombro, cojitranco y descosido. Tantas veces he oído tu voz de ánimo parafraseando a García Morato: “suerte, vista y al toro, Nico… ¡vamos Musculitos!..”, que hoy no se me hace raro escucharla de nuevo. Y como cuando te sale la vena híbrida de alférez de Regulares y Oficial Instructor de la Academia de Mandos hay que darse por jodido, aquí me tienes Manuel Vicente José Puerta Velarde. A pecho descubierto. Va por ti, maestro. Va por ti, amigo…
Tengo ante mí la foto que tanto te gusta. En blanco y negro, campamento de Tabarla, Valencia en 1971. En color, parador de Toledo, veinte años más tarde. Chencho Ares, tú y yo. La bautizaste sobre la marcha y sin dudar ni un instante: “Los tres mosqueteros”. Ocupa un lugar de honor, junto a tus seres queridos, en tu estudio de la casa de Cáceres, donde fuiste tan feliz. En ese retablo íntimo, casi un altar, donde le hiciste sitio al lado de tus padres, tus hijos, tus nietos…Y Mª Teresa, tu leal peto y espaldar.
Hace pocos años, entre copa y copa, y con esta imagen gráfica como pretexto, le dimos un buen repaso a la vida. Acabamos emocionándonos, nobleza obliga, porque el cerebro de Chencho ya se le había amotinado y navegaba al pairo. “In vino veritas”, nos conjuramos,…y dejamos temblando la bodega.
Tú tenías entonces el pelo largo y una abundante barba. Yo melena, y en la oreja izquierda el pendiente de plata que me puse al trasponer el Cabo de Hornos de la vida. Si nos hubiesen visto de esa guisa Julio Teigell y Manolo Méndez, -bromeamos- nos habría caído piedra.
Llevabas ya tiempo luchando con el cangrejo asesino. Pero nunca le perdiste la cara -genio y figura- con coraje, voluntad y esa punta de chulería que siempre desenvainaste ante las adversidades. Manolo Puerta en estado puro, como en el mus: ¿Ordago…?. ¡Quiero!.
Aprendí tantas cosas de ti en los veinticinco años que compartimos, que no voy a caer en la trampa de tirar de anecdotario. Ni de caer en la sensiblería, que te repatea. No temas, seré discreto sin que sirva de precedente…
Cuando Mª Teresa me dijo por teléfono que ante el último envite del cangrejo cabrón habías decidido la sedación voluntaria, se me cayeron los palos del sombrajo. No querías sufrir más, ni hacer sufrir a los tuyos.
Ante tu alegato racional, templado, sereno y absolutamente demoledor, los médicos se quedaron como estatuas de sal. Yo mudo, atenazado por un garfio en la garganta. Y con la despedida de los tuyos, Séneca se convirtió en un aprendiz. ¡La madre que te parió, Manolo!. Educador hasta el final. Eres incorregible…
 Fui al hospital a despedirme de ti, porque me acompañó Yayo. Yo sólo no habría tenido cojones. Habitación 404, no se me va a olvidar en la puta vida. Te dije unas palabras al oído -ahora te toca a ti ser discreto- y te di un beso en la frente.
Cuando partiste, Toledo olía a Corpus…
Ahora, mientras paseas sin prisa con Mª Teresa por esos andurriales cacereños que tanto te sosiegan el alma, -tú ya me entiendes- y por los prados verdes de ese pueblecito de Pontevedra, alzo mi copa por ti. Gracias y hasta siempre, Manolo Puerta…




*Manolo Puerta falleció en junio y fue uno de los directores del Colegio Menor de El Cristo.

0 comentarios:

Observatorio Digital