Historia de S

5 de noviembre de 2010

OPINIÓN
Por Luis Mugueta
Perodista


Este comentario trata de la presunta culpabilidad y de la supuesta inocencia. Cualquier nombre, topónimo, paisaje, horario o personaje nada tiene que ver con la realidad. Ni siquiera con el surrealismo. S conducía a 90 kilómetros por hora en una carretera cercana a donde quiera usted que esté leyendo esto. Esta vía, autovía o autopista marcaba precisamente 90 kilómetros por hora como velocidad límite. La autoridad pertinente apareció por el retrovisor, de noche, como Alonso en Corea, y debió pensar que conducir a la velocidad marcada por la ley a esas horas era un hecho sorprendente, que efectivamente, lo es. Era tan sorprendente que la autoridad, ahora no tan pertinente, pensó que S no estaba sobria. Como cuando en la televisión en la Fórmula 1 quizás hubo leve nerviosismo y S pisó durante leves segundos una raya continua, si es que los segundos pueden ser leves y las rayas continuas. Ráfagas de luz, intermitencia, aparque en el arcén y sople. Cero tras cero en el alcoholímetro, y sople de nuevo. Cero tras cero, otra vez. Carnets, papeles del seguro, iteuves, viñetas, abra usted la guantera y etcétera. Todo en orden, excepto la raya, continua o discontinua. Multa. Esta es, así de breve, la historia de S: condena por cumplir la norma. Una historia ejemplar a mitades del siglo XX sucedida en el 2010, este mismo año, hace pocos días.
La historia de S es la historia de muchos, y ya fuera de la carretera. Castigamos a los buenos y premiamos a los malos. Por la mitad hay un mundo, en el que vivimos, cada cual a su manera, repleto de intermediarios. Si el malo gana es que hay comisión, si el bueno pierde es que es tonto. De la justicia, tan injustamente denostada, sólo salen noticias de arquitectura: abrimos uno de lo social, nos hace falta uno de lo penal. A la cárcel van los mismos. Hay algunos que reiteran, incluso. De la arquitectura sólo hablamos de injusticias: un metro más aquí de la rasa costera, diez metros más allá de la ley. Así podríamos hablar de todos los sectores que fueron en el mundo civilizado. Como siempre, cuando el sentido común entra por la puerta el paisano (en el sentido asturiano de la palabra) sale por la ventana. Hay veces que hasta salta, y no para huir del sentido común, sino para protestarse a sí mismo de la conciencia ajena.
La autoridad pertinente de la presunta culpabilidad y la supuesta inocencia ha cumplido muchos años. Las reformas, las importantes (militares, economía y cultura populá), están todas hechas, excepto la de la mala educación, la de la prepotencia y la del “aquí estoy yo”. Conceptos, términos que se han escapado de la santa Transición, que diría Lorenzo Cordero. Es insultante que uno guarde la cola, es de bobos aguantar las listas de espera en los hospitales. Las preguntas de siempre son las demandas de moda: cómo no me llamaste, te lo hubiese arreglado. Cómo ha podido llegar este imbécil a ese cargo. Cómo se puede ser tan imprudente ( y quien lo dice está conduciendo con la izquierda y con el móvil en la derecha). Al revés: No me llames, que esto no te lo puedo hacer. ¿A este cargo? Del sofá no me mueve ni dios. La prudencia es la madre de la ciencia, pero no de la conciencia. La vida global, la red social, la hipocresía impasible, el cinismo duradero, como el acero. Lo que no tiene ninguna gracia suele contarlo un gracioso. El drama no es agradable, y entre la gracia y el drama está la tragicomedia. Esa es la historia de S. La impotencia democrática por decisión general: no sabe usted con quién está hablando pero al revés, el que no lo sabe es usted. Tengan cuidado al cumplir las normas. No conduzcan al límite marcado porque al parecer está multado, procuren saltarse las colas en los edificios de la Administración que es lo que se lleva, llamen a un hermano del primo del conocido que trabaje ‘en’ para pedirle aquello que otros mil llevan esperando tanto. Crucen en ámbar, insulten en las glorietas, pero no en las terrazas. Compren en todo a cien el regalo de cumpleaños y, en frente, en la tienda fashion, lo de los proveedores. Sean conscientes, pequen a menudo, comulguen para que les vean. O hagan la prueba de la historia de S, a ver si va ser verdad.

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