Rebelión en Giberaltar

1 de octubre de 2010

OPINIÓN
Por Luis Mugueta
Periodista


Recordamos muchas veces, entre amigos, una de las muchas genialidades -o locuras, que diría Maurizio Scaparro- de Rábago, ahora conocido como El Roto: dos hombres con el atípico rostro de sus personajes están sentados en un banco y un tercero, con mueca más aviesa, dice mirando al público: “Están muertos, pero mientras cobren la nómina no se enteran”.
Esta bárbara certeza, que evidentemente no es generalizable, suele romperse en determinadas estaciones con apellido. La más célebre en este país es el otoño caliente, mucho más famosa que el rigor del invierno, la primavera del amor o el tórrido estío. El otoño caliente tiene ese poso amargo del comienzo de curso, de la pereza infantil, de esta astenia que entristece al hombre común hasta la melancolía que embobece. Tiene también, el otoño caliente, mucho de pancartero, de reivindicaciones que se han hecho grandes durante los meses tontos del verano. Cuentas atrasadas, favores debidos, promesas incumplidas… Un idioma metido dentro de otro idioma, lugar común al cabo. El lugar común de la mediocridad: refleja sin tapujos la torpeza y la mediocridad en que movemos nuestros pensamientos, a veces ni siquiera azuzados por quienes nos motivan: una canción, una escultura, un libro.

Este otoño es más caliente, es como cuando toca bisiesto. Los ya celebérrimos tiburones que devoraron nuestras colas engalanadas por el estado del bienestar malentendido, por el globo de la vida fácil, han provocado que los cartógrafos de la economía universitaria, que el sesudo analista de la cosa, dibuje un mapa semejante al de Mordor y que, en ocasiones, esto parezca no tener salida, ni del tópico del túnel, ni del socorrido consuelo del futuro para nuestros hijos.
El cambio climático, la defensa de las ballenas, salvaguardar las costas y no tirar las colillas al suelo han pasado de ser motivo de aplauso generalizado a la última fila del templo de los desesperados. Por eso, aquellos muertos que mientras cobran la nómina no se enteran comienzan a pulular por las esquinas, salen más a menudo al foro cervecero y se incomodan con mucho más pundonor. Van mudando la poca piel que va dejando el paso del tiempo aburrido, rutinario, e incluso algunos dan el salto mortal de la crisálida, de la metamorfosis contra Kafka. Los monos de Gibraltar cruzan los brazos o sacan la espada.

Como casi siempre, nadie sabe a ciencia cierta, que se dice, quién ha perdido en esta huelga, la del 29-S. Pero los ganadores no sacan el pecho como en ocasiones anteriores, porque el pecho está con la música en otra parte. La de mayo, la de la primavera del polen electoral. La primera más larga de este siglo. Todos tenemos tomada la posesión del profeta. Casi todos sabemos quién va a ganar, qué dificultades va a tener, quién no va a perder y, por supuesto, quién va a perder, en su idioma, quién no va a ganar.
Volverán los votos útiles a volar como las golondrinas del balcón pero con un romanticismo romo y con sabor a derrota, como tradujo Víctor Manuel de Billy Joel. Somos muy dados los aficionados a la hipótesis. Incluso abundamos en que la participación electoral depende del tiempo, de si hay partido o de vaya usted a saber. A menudo no nos damos cuenta de que esto ya ha empezado, como siempre con antelación, esta vez inusitada por los motivos pertinaces de la crisis, el paro y las desapariciones del mercado, al que ya no le quedan ni fantasmas que enseñar en los castillos. También somos dados, y esto parece más coherente, a analizar desde lo concreto hacia lo abstracto -en este caso no tan abstracto. Así trasladamos nuestras sensaciones domésticas a los resultados públicos. Nuestras estadísticas de caleya a la gran estadística final.

En Asturias el río baja turbio por las filas populares. Nada nuevo desde el crack que les llevó a perder el Gobierno regional -el único al que tuvo acceso el PP- y la cabeza. La última perla la ha puesto el autor habitual defenestrando al concejal Arias-Cachero por un presunto tema de atisbo de corrupción, válgame Dios. Hilamos fino una vez terminada toda la soga del almacén. No es ciertamente el momento popular, y De Lorenzo lo sabe mejor que nadie. No ligar el apoyo de Cachero a Cascos en El Mundo con el tremendo ‘caso de la mensajería’ sería ridículo, aunque también podemos suponer que este no va a ser el último movimiento del jugador en este tablero absurdo que parece ofrecer las lanzas en Breda antes de que se las pidan.

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