OPINIÓN
Por Nicolás Fernández
Escritor
Los pecheros de esta tierra, o sea los plebeyos obligados a pagar los tributos, somos incombustibles. Unos supervivientes que llevamos en nuestro mapa genético el rigor de las desdichas. Los mismo burros, con diferentes albardas, desde hace siglos. Cuando pintan oros, Alí Babá y los cuarenta ladrones cosechan dividendos a espuertas. Sin tasa ni tino. Pero cuando pintan bastos, currelas y jubilatas a bailar con la fea. Te pongas como te pongas, en Nochebuena lombarda.
Lo razonable sería que quien se ha comido antes la carne, roa el hueso ahora. Pero ¡quiá!, los profesionales del saqueo se van de rositas a ordeñar otras cabras, hasta dejarles las ubres como uvas pasas. Y a otra cosa mariposa.
Como además a los bucaneros de turno nadie les pone coto, pues miel sobre hojuelas.
Claro que la cosa no es de ahora, -¡qué les voy a contar!- ya lleva lloviendo sobre mojado desde el Neolítico. Lo que sucede es que a estas alturas de la misa, los sumos sacerdotes del pillaje se han doctorado en el muy noble arte de vaciar bolsillos ajenos para llenar los propios a rebosar. Los procedimientos,-dignos del mejor Maquiavelo- son infinitos y sofisticadísimos. Gozan además de las bendiciones apostólicas de los presuntos órganos de control, verbigracia el Banco de España. A los legisladores se les arruga el escroto ante los tan traídos y llevados mercados. Y los partidos políticos, cautivos y desarmados, -con sus lumbreras a la cabeza-, nos regalan el espectáculo bochornoso de un rifirrafe cotidiano, vacío e ineficaz.
Los bancos, cajas y demás prestamistas del panorama financiero, que reflotaron sus arcas exhaustas con los maravedíes de todos, ahora cierran el grifo. Y a los pardillos que nos den… con el rabo de la sartén. Eso sí, los emolumentos de sus inútiles gestores siguen siendo de cinco estrellas. Justa remuneración a su encefalograma plano y su indigencia intelectual. De los sueldos de determinados políticos, como el de la señora Cospedal, no voy a hablar, porque me parece obsceno.
Los prebostes sindicales, que ahora se rasgas las vestiduras, se han tirado dos añitos de nada negociando con la patronal y mirándose al ombligo. Eso sí, en los recesos de tan agotadoras jornadas, se han hartado de hacerle la ola a ese señor de león que tiene carnet del P.S.O.E. Si, hombre, ¿no cae?: el inquilino de La Moncloa de cejas circunflejas. El que cuando se sube al estrado de las Cortes españolas nos canta milongas impostando la voz y moviendo las manitas como las alas de un colibrí. El mismo que, con cuatro millones de parados, ha perpetrado otra vuelta de tuerca en los grilletes de los más vulnerables. De Mariano Rajoy y su mariachi neocon, tampoco voy a hablar porque también me parece obsceno.
Ante semejante panorama, un servidor de ustedes va a votar a Emiliano Zapata en las próximas elecciones. Lo digo en serio. Porque Emiliano Zapata, sin duda, metería mano donde corresponde. O sea, en las faltriqueras de los que más tienen. En las cuentas corrientes multimillonarias que sestean plácidamente en paraísos fiscales. En las cajas privadas. En las pinacotecas de los viejos y nuevos ricos…
Mandaría cambiar el color de los billetes de quinientos euros. Llevaría a cabo una reforma agraria contundente. Separaría la iglesia del Estado y tiraría a la basura el cordón umbilical. Y nacionalizaría la banca.
Porque nosotros, los mansos, si no viene Emiliano Zapata, vamos a seguir pagando siempre los platos rotos…
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