Soledad y silencio

18 de septiembre de 2010

OPINIÓN

Por Luis Mugueta
Periodista


Dos hombres, no olvidemos al técnico, y un micrófono. Eran los tiempos de los singles en la radio Pruebe hasta con la onda corta que, aunque parezca mentira, aún pilla la emisora de la policía
18/09/2010 00:00 /
Nunca será tarde para acordarse de Hilario Camacho. Hace unos días, un egregio hombre de la radio de toda la vida me invitó a su programa –en este caso la excepción que mantiene a duras penas la regla-- y casi a la par, porque el mérito es del conductor hasta en los accidentes, descubrimos otra vez, a la orilla del Nervión y fuera de control, aquellos tiempos tan lejanos que ahora tanto nos acercan. La radio, supeditada desde hace tantos años al domingo y al tan acariciado, más bien sobado, ‘Carrusel Deportivo’, ha sido siempre la madre del cordero. Pocos saben si fue antes la radio o el patrocinador. Prat, Joaquín, ya decía aquello de “¿Quién estuvo bien, quién estuvo mal? Patrocina De Val”, aquellas boquillas tabaqueras con nombre de apellido de periodista cultureta y tertuliano.
A Hilario Camacho lo escuche (creo que fue ‘Los cuatro muleros’) por primera vez en Radio Requeté de Navarra –EAJ6, para quien lo entienda-- en un programa que se llamaba ‘La caja de música’. Dos hombres –no olvidemos al técnico-- y un micrófono. Eran los tiempos de los singles, los tiempos de bailar agarrados. Tiempos que ya no volverán.
Soledad y silencio fue el inicio de un tema de Camacho que me dejó marcado por razones que no vienen a cuento, pero siempre lo ligué a la relación que tenemos con ese medio tan grande que aún se llama la radio.
La radio del Ángelus a las 12 -daba paso en mi tierra el gran José Ramón Tejo, que por ahí anda, en su cielo riosellano con el cuatro por cuatro y su compás de compasillo-, la radio de los vecinos, tan olvidada: “¿Y usted de dónde es? Y dígame…”. “Pues mire hay un bache aquí en mi barrio que esto no es bache ni es ná”. Por las noches, no muy tarde, Carlos García Conde, más voz que cabeza, decía, poco antes de poner ‘El gato que está triste y azul’, “de Julián para ella, a quien tanto la quiero y ya sabe quién soy”. O “de quien no se imagina, para María, la rubia de Noain”, poco antes de ‘Gloria’, de Umberto Tozzi. Era la radio también, poco más tarde, del loco de la colina, que curiosamente no tenía como sintonía el ‘The fool on the hill’, sino a Pink Floyd. Ya no recuerdo si era antes o después del “pablo, pablito y pablete” del butano, pero era muy grande. Aquellos tipos que tenían un día de 25 horas, que dormían a la hora de merendar para cambiar un gobierno a las siete de la mañana.
Soledad la del locutor y silencio el del oyente, la señora del plumero, el del vigilante nocturno, el del taxista y el del camionero (ya saben, Torrelodones), y el silencio de mi madre, rezando el Ángelus y hablándose sola con la emisora. La radio fue su universidad, ahí, desde el transistor, aprendió las capitales de Europa, los presidentes de Portugal, las quejas de los vecinos del barrio de San Jorge. Allí escuchó el 23-F. También participó, tímida y nerviosa, en algún que otro concurso (de la radio también). Siempre acertó, y el premio era una entrada para ver a Pedro Osinaga en el Teatro Gayarre o un single de Neil Young. Ella siempre prefirió las entradas.
Soledad y silencio fue también su marido, casi sordo, que las armó muy gordas hasta que no llegó el tiempo del pinganillo.
Silencio y más silencio eran aquellas, qué grandes, radios de galena que hacía mi hermano con una pila de petaca. Radios de galena que Serrat puso de moda en uno de sus muchos amagos a la felicidad. Yo no vi subir a mi equipo a Primera División, era el 79 (1979), y subió por la radio. Gol de Rández, según el butano, gol amañado. Porque antes todo se trampeaba por el aire. Qué más grande y más barato que la radio. La ingratitud profesional de los cables, las hueveras vacías. La satisfacción constante de los Superventas, de los 40 principales. De Saucier Casaseca. De los niños prodigio que ganaban los concursos de a ver quién canta peor. Las señales horarias. La célebre y universal frase de “pon la radio, rápido”. Hoy va a llover, conduzca con prudencia. Y, acto seguido, una canción de Bob Dylan, para olvidarse del tiempo y la noticia de tres muertos en accidente de tráfico en los Monegros. La radio del 77, que habrá un día en que todos al levantar la vista… Soledad y silencio hasta hoy mismo. Los hombres, esos los amigos de la radio, que cantaba Dyango, me hacen recordar el pequeño gran lujo de esta profesión, cuya voz está en el dial. Pruebe usted, si tiene humor, hasta con la onda corta que, aunque parezca mentira, aún pilla la emisora de los antidisturbios. Este homenaje, sincero y modesto, no es evidentemente para Hilario Camacho. Soledad y silencio para vosotros, jóvenes.

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