Respetar al prójimo es respetarnos a nosotros mismos

26 de enero de 2011

Esta sociedad necesita un rearme moral, pero un rearme moral que comienza por cada uno de nosotros. Las tertulias, generalmente mal informadas, los mentideros, en los que cada uno 'glaya' según el día, la luna o el nordés, y una suerte inmoral de todo vale para el comentario, hacen que se juegue alegremente con el honor, la dignidad y el respeto a las personas.

Lo que circula por esos foros que he mencionado antes es insufrible. Al que le han devuelto un recibo por falta de fondos le falta tiempo para achacar a la banca poco menos que el protagonismo del Armagedón.
El que tiene algún contenciosillo con la administración autonómica aprovecha para sentenciar: todos a Villabona. El que debe, ha recurrido y no tiene razón, o no le han contestado, dos multas, indepedientemente de que se haya saltado un stop a 140 por hora, afirma: y ahora seguirá el ayuntamiento.

Y, en fin, derrotistas, amargados e inconscientes se frotan las manos esperando el hundimiento de la sociedad, la vuelta a la guerra fratricida, la miseria, la peste...
Todo ello, puesto que ocurre en la proporción habitual, es decir, en la de quienes pierden más tiempo hablando que construyendo, no sería en sí preocupante salvo porque en el saco de la indignidad incluyen a personas de cuya honorabilidad, a día de hoy, nada hay que decir, salvo que se calumnie, difame o, malintencionadamente, suponga.

Hay que decirlo alto y claro. Gestionar exige decidir. A cualquiera se la pueden meter doblada por razonable confianza. La corrupción no es un sistema generalizado. Esta sociedad no nació ayer. Cada persona, y el respeto que se le debe, son un baluarte de nuestra propia y colectiva dignidad.
Para echar la lengua a 'pastiar' basta sentarse  y decir estupideces. Pero para decir verdades hay que saber y medir.

En todo caso, en estos momentos difíciles para algunas personas, recuerdo que la amistad es un valor permanente. Así pues, aquí cada uno no es culpable mientras no se demuestre lo contrario. Y, aún no siendo así, el cariño se demuestra en la comprensión, el apoyo y la generosidad. Y no lo olvidemos:
El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
Claro que en países que no voy a nombrar, los más pecadores tiran las piedras más grandes a la pobre mujer enterrada hasta los hombros para así tapar ante sus vecinos los horrores que practican en la intimidad.

¿Vamos a ser como ellos?
 

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